martes, 1 de junio de 2010

"La historia es una pelota. Mundiales de plata y pasión", por Ezequiel Fernández Moores para Caras y Caretas

Por Ezequiel Fernández Moores
Revista CARAS Y CARETAS Nº 2.247 (junio 2010)

LA PRIMERA COPA SE JUGÓ HACE OCHENTA AÑOS, Y LA GANÓ URUGUAY. HOY, LA FIFA, CONVERTIDA EN UNA VERDADERA MULTINACIONAL QUE MUEVE MILLONES, SE JACTA DE TENER MÁS MIEMBROS QUE LA ONU.
En 1930, año de la primera Copa Mundial de Fútbol, la Argentina padecía su primer golpe de Estado e iniciaba la Década Infame. En el mundo comenzaba la Gran Depresión. El fascismo y la especulación económica eran indeseables acompañantes en el inicio de los mundiales de fútbol. Uruguay, un país con divorcio, ley de ocho horas de trabajo y educación obligatoria, gratuita y laica, recibió la sede de la prime- ra Copa. El hombre que había democratizado a Uruguay, José Batlle, no llegó al Mundial. Murió un año antes. Uruguay celebraba en 1930 el centenario de su Constitución y la Fifa le dio la sede porque la selección celeste era la mejor del planeta. Antes de 1930, los mundiales eran los Juegos Olímpicos. Y Uruguay había sido campeón en los Juegos de París 1924 y Ámsterdam1928.
El éxito del fútbol en los Juegos Olímpicos animó al francés Jules Rimet, presidente de la Fifa, a crear las copas mundiales. Pero a Europa no le agradó que el primer mundial fuera para Sudamérica. Por eso,la Copa de 1930 contó con apenas trece selecciones, diez menos que en los Juegos del 24- Uruguayos y argentinos, finalistas en los Juegos del 28, definieron también el primer Mundial de la Fifa. Los ar­gentinos denunciaron agresiones e insultos y amagaron con reti­rarse del torneo. Los campeones olímpicos uruguayos, liderados por el capitán José Nasazzi, tenían como DT a Carlos Supic-ci. La Argentina, algunos de cuyos jugadores estaban enojados porque el capitán Manuel "Nolo" Ferreira había viajado a Bue­nos Aires en plena competencia para rendir un examen de es­cribano, eran dirigidos por Francisco Olazar. Pero Supicci era un preparador físico y Olazar un ex jugador. Los equipos, en reali­dad, los armaban los dirigentes y los entrenadores eran los ca­pitanes. La final se jugó en el nuevo Estadio Centenario, que fue construido en apenas seis meses. Cuentan que hubo 90 mil personas. Montevideo tenía entonces 655 mil habitantes. Uru­guay ganó 4-2 bajo un clima pesado, con amenazas e intimi­daciones. Así no se podía ganar, dijo buena parte de la prensa argentina. Nos consideramos campeones morales, un mito que mantu­vimos durante largas déca-\, das. Tres años después, igual que la Argentina en 1930, los uruguayos sufrían su pri­mer golpe de Estado. El pre­sidente Gabriel Terra disolvía el Parlamento y creaba la Jun­ta de Gobierno. En el Mundial de Uruguay 1930 los jugadores salían con saco a la cancha. No hubo empates. Nunca más suce­dió algo así.

DEPORTE Y FASCISMO

La Italia fascista de Benito Musso-ini fue sede y también campeona leí Mundial siguiente, en 1934- Lo hizo con cuatro oriundos argenti­nos en su plantel. Nos sirvió para mantener el mito de que en nin­gún otro lugar del mundo se ju­gaba tan bien al fútbol como en la Argentina. Luisito Mon-ti, que pidió llorando no jugar la fi­nal ante Uruguay, desbordado por las amenazas, supo lo que fue jugar para Mussolini. "En Uruguay me mataban si ganaba, en Italia me mataban si no ganaba", dijo una vez. Himnos fascis­tas y gritos de "¡Duce, Duce!" dominaron la final que Italia le ganó a Checoslovaquia. La Selección argentina que fue a Ita­lia 34 era un equipo de jugadores amateurs. Cayó eliminada en su primer y único partido. Los clubes argentinos, ya blanquea­do el profesionalismo, negaron sus jugadores estrellas. Peor aún, la Argentina ni siquiera fue al Mundial siguiente, ofendida porque la Fifa no le concedió la designación del torneo. La Copa de 1938 se jugó en Francia y ganó otra vez Italia, cuya Selec­ción -amateur- también había triunfado dos años antes en los Juegos Olímpicos de Berlín 36, en plena Alemania nazi. Las se­lecciones de Alemania c Italia saludaron con el brazo erguido en sus partidos de Francia 1938. En el debut ante Norue­ga, el DT italiano, Vittorio Pozzo, indicó a sus jugadores que repitieran el saludo. Mussolini ordenó en un parti­do siguiente que cambiaran las camisetas azules y jugaran con camisas negras, símbolo del fascismo. Fue para contestar a los gritos y silbidos de miles de hinchas antifascistas que lle­naban las tribunas. La Alema­nia nazi ganadora de los Juegos Olímpicos en 1936 y la Italia fas­cista campeona mundial de fút­bol de 1934 y 38 se unieron luego en otro frente. La Segunda Guerra Mun­dial obligó a parar la pelota.

HACIA EL FÚTBOL TOTAL

Los mundiales de la Fifa se reanu­daron en 1950, dos años después de los Juegos Olímpicos de Lon­dres 48, los primeros de la posgue­rra. El fútbol eligió a Sudamérica,   1 pero otra vez la Argentina fue igno­rada y la Copa se jugó en Brasil. En la Argentina, al calor del peronismo, los trabajadores ganaban espacio bajo el sol. Los futbolistas, también. Sus reclamos provocaron una huelga histórica, que ge­neró un éxodo de estrellas a Colombia. La Argentina desistió de ir a Brasil, el Mun­dial del Maracanazo. Así se llamó el triunfo épico 2-1 de Uruguay en una final que Bra­sil creyó ganada sin necesidad de jugar. Igual que Nasazzi en 1930, el temple uruguayo fue liderado por otro gran capitán: Obdulio Várela. La famosa garra charrúa se hizo mito. Y el mito sehizo prisión: Uruguay nunca más volvió a ganar un Mun­dial. Brasil culpó primero del Maracanazo al arquero Barbosa, negro. Ocho años después, los jugadores desafiaron órdenes gubernamentales, exigie­ron la inclusión de Pelé y de Garrincha en la formación titular y Brasil, el Brasil profundo, se coro­nó campeón en Suecia 1958. Fue el prime­ro de sus cinco tí­tulos mundiales. El inicio de su  reinado en el fútbol m u n d i a l. Antes, en la Copa de Suiza 54, el triunfo había sido alemán. Historiadores alemanes atribuyen a ese triunfo el resurgir de Alemania como nación tras las culpas que había dejado el nazismo. Se dijo que "el milagro alemán", como se llamó a la recuperación del país, se debió a El milagro de Ber­na, título de un filme que re­cordó la final del Mundial de Suiza 54 y que hace unos años hizo llorar a millones de ale­manes. Según otros testimo­nios, "el milagro de Berna" se debió en realidad al doping de la Selección alemana, ocho de cuyos cam­peones sufrieron muertes prematuras. Ale­mania había perdido 8-3 en primera rueda contra el "Wunderteam" húnga­ro, la maravillosa selección de esos años que lideraba Ferenc Puskas, que era campeona olímpica y ve­nía de aplastar a los maestros ingle­ses 6-3 en Wembley y 7-0 en Buda­pest. Pero Alemania ganó 3-2 la final. La derrota provocó protestas populares en las calles de Budapest. La furia no fue sólo contra los jugadores. Se extendió a funcionarios del gobierno, algo inédito en la Hungría comunista. Fue un entrenamiento, según historiadores, para la revolución popular de 1956. Los tanques soviéticos la aplastaron rápidamente. Aplastaron también al Wunder­team. Sistemas tácticos al margen, Uruguay ha­bía reinado con garra y técnica sudamericana. Ita­lia le siguió con un pragmatismo que luego tomó i   el nombre de "catenaccio" (candado). El Wun-Yj7   derteam, mezcla de habilidad y dinámica colec­tiva, fue acaso la primera selección que practicó el "fútbol total".

EL REY Y LA NUESTRA
Suecia 1958 fue el Mundial de Pelé, figura con 17 años de una formidable Selección brasileña. Pelé ^ niarcó el nacimiento del héroe individual, ideal para el negocio de la televisión, que había debutado en el Mundial anterior. "O Rei" fue simultáneo con Ga­rlancha. El inolvidable Mané fue el héroe de Brasil en la con­quista del Mundial siguiente, en Chile 62. Pelé fue el ídolo per­fecto. Garrincha, alcohólico, fue el ídolo imperfecto. Ambos demostraron que Brasil precisaba de sus negros y mulatos para expresar su "futebol-arte", su célebre "jogo bonito". Para la Ar­gentina, en cambio, Suecia 58 fue el final de una ilusión. Los 50 fueron los años dorados del fútbol argentino. Cracks de renom­bre y estadios llenos. No hubo modo de comprobarlo en copas mundiales. Juan Domingo Perón, se cree, prefirió no compe­tir porque, sin seguridad de triunfo, no quería exponer el mito de que en la Argentina se jugaba el mejor fútbol del mundo. No fuimos al Mundial 50 pero en el 51 le ganamos un históri­co partido a Inglaterra en cancha de River, y tampoco al del 54, pero Alfredo Di Stéfano, inicialmente suplente en "La Máqui­na" de River, ya era el mejor futbolista del mundo en Real Ma­drid. Además, en el Sudamericano de Lima 57 le ganamos 3-0 a Brasil. ¿Cómo no pensar que la vuelta a los mundiales, en Sue­cia 58, confirmaría el mito? Arrogante, e ignorante de lo que ocurría en el mundo, el fútbol argentino pagó precio a tantos años de aislamiento y se despidió de Suecia goleado en prime­ra ronda 6-1 por Checoslovaquia. "El desastre de Suecia" puso todo bajo cuestionamiento. Durante décadas, el fútbol argenti­no se había sentido orgulloso de su técnica y de su habilidad. Si en Inglaterra había que ir a la escuela para aprender a jugar al fútbol con un pizarrón —escribía Borocotó, firma mítica de El Gráfico- en la Argentina hay que faltar a la escuela para irse al potrero, escenario mítico de un juego libre y no mecanizado. El fútbol-juego contra el fútbol-ciencia. Toque, pelota al piso y gambeta.

Un "atorrante" con las medias ba­jas. Pura picardía criolla. "La nuestra" fue un imaginario necesario para diferenciarse de los maestros ingleses que entre fines del 1800 y comienzos del 1900 trajeron a la Argentina un fútbol más fí­sico. No casualmente el entrena­dor de la selección en los mun­diales siguientes -Chile 62 e ' Inglaterra 66- fue el "eu­ropeo" Juan Carlos "Toto" Lorenzo, admirador del ca-tenaccio italiano. No al­canzó. Chile 62 fue un nuevo fracaso (eli­ronda). Inglaterra 66 fue caída 1-0 en cuartos de final contra el anfitrión. La expulsión del capitán Antonio Rattin a manos del arbitro alemán Rudolf Kreitlein revivió discursos. Otra vez nos creímos campeones morales. Nuevamente eliminados de modo injusto y con trampas por el dueño de casa, como en Uruguay 1930. Inglaterra nos acusó de malos perdedores y de "antifút-bol". Nos llamó "animáis". Nosotros los acusamos de tramposos. Recordamos las invasiones y las Malvinas. Los llamamos "pira­tas". Fue un rebrote nacionalista que agradó a los nuevos tiem­pos políticos de la Argentina, bajo la dictadura flamante del general Juan Carlos Onganía. Ah, Europa no permitió que el Mundial 66 fuera ganado por Sudamérica. Portugal echó a pa­tadas a Brasil. Un arbitro inglés diezmó a Uruguay en cuartos de final y Kreitlein nos dirigió contra Inglaterra. Inglaterra fue campeón en casa ganándole la final a Alemania con un tanto que jamás cruzó la línea de gol.
EL FÚTBOL-NEGOCIO


Racing primero y Estudiantes de La Plata luego se habían coro­nado campeones mundiales de clubes. Pero la Selección era un bien devaluado. Por primera vez jugando eliminatorias no lo­gró clasificarse al Mundial de México 70. Ni siquiera la chan­ce de ser "campeones morales". El mejor fútbol del mundo no sólo había dejado de ser argentino. Era definitivamente brasi­leño. El Brasil de México 70 es señalado aún hoy como el me­jor campeón de la historia. Con cinco números 10 en su for­mación. Fue la coronación de Pelé. El Mundial siguiente, de Alemania 74, con la muerte de Perón en pleno campeonato, confirmó que la Argentina había perdido la brújula. Fue aplas­tada por Holanda, la nueva dueña del "fútbol total", que a su vez cayó en la final ante el dueño de casa. Europa ganó en la cancha. Perdió afuera. El inglés sir Stanley Rous, presidente de la Fifa desde 1961, caía en elecciones ante el brasileño Joao Havelange. La Fifa, fundada en 1904 por ocho naciones, pasa­ba a manos del Tercer Mundo. Havelange, de la mano de Adi­das y de Coca-Cola, inició la era del fútbol-negocio. Los equi­pos subieron de 16 a 24. La multinacional de la Fifa debutó en el Mundial 78, en la Argentina del dictador Jorge Videla. Los militares le vendían al mundo que eran "derechos y humanos". Y Havelange contaba billetes. Negocio para ambos, no para el deporte. Fue el Mundial más polémico de todos. Mientras en River se jugaba al fútbol, a setecientos metros, en la Esma, se torturaba y se mataba. Los presos escuchaban los gritos de gol del Monumental. "Argentina campeón, Videla al paredón", es­cribió alguien en una pared. El 6-0 a Perú, el resultado más sos­pechoso en la historia de los mundiales, manchó aún más la conquista. Pero el Mundial 78, dictadura al margen, marcó un antes y un después en la historia de la Selección argentina. No sólo porque la Argentina por fin fue campeona mundial, sino porque la Selección pasó a tener peso propio. El DT César Me-notti se proclamó un defensor a ultranza de "la nuestra", aun­que su selección no lució un juego exactamente vistoso, sino que impuso dinámica y audacia ofensiva. Más importante aún fue que por primera vez se respaldó un trabajo continuo. En el Mundial siguiente, España 82, los que también gritaron goles fueron soldados hambreados y muertos de frío en las trinche­ras de Malvinas. Otra vez el fútbol que oprime. Y también que alivia. Italia y su catenaccio fueron campeones en España. La Argentina estuvo lejos de las expectativas. Pero nacía el mito de Diego Maradona.

EL DIEGO Y EL DOLOR DE YA NO SER
 
México 86 legitimó el 78. Carlos Bilardo legitimó a Menotti. No precisábamos a la dictadura ni jugar en casa para ser cam­peones. Precisábamos a Maradona. Nunca un Mundial tuvo un protagonista tan absoluto. Un campeón tan desequilibran­te. Y nunca tuvo la Argentina un ídolo así. La conquista del tí­tulo no fue la única razón del mito Maradona. ¿O acaso las dos imágenes más fuertes de ese Mundial no fueron los dos goles a Inglaterra? La Mano de Dios y La Apilada de Dios. Igual que le sucedió a Menotti en España 82, Bilardo no pudo o no supo renovar al plantel en el mundial siguiente, en Italia 90. Los pe­nales y San Sergio Goycochea, es cierto, le permitieron llegar a la final, que Alemania, infinitamente superior, sólo pudo ga­nar 1-0 con un penal polémico a minutos del final. Pero hasta la Fifa quedó espantada con esa Argentina finalista que juga­ba a dejar pasar el tiempo y a esperar la ruleta de los penales. Maradona, el del eterno retorno, se despidió en el Mundial si­guiente. Sin gloria. Echado por doping. La Argentina nunca más volvió a llegar a una final de un Mundial. La copa de Esta­dos Unidos 94 fue ganada por Brasil, pero sin el juego de Méxi­co 70. Brasil, más pragmatismo que jogo bonito, volvió a ser fi­nalista en Francia 98, pero cayó en la final contra el dueño de casa, en un Mundial que pasó de 24 a 32 selecciones. La TV obligó a agrandar el negocio. Ronaldo, nuevo rey, se desquitó al Mundial siguiente. Fue campeón y goleador en Corea-Japón 2002, el primer mundial en Asia. El "Kaiser" Daniel Passarella en Francia y Marcelo "Loco" Bielsa en Asia no pudieron ganar el título con la Argentina. Igual que José Pekerman en el últi­mo Mundial de Alemania 2006, ganado por una Italia otra vez aferrada al catenaccio.
CUESTIÓN DE MILLONES

Uruguay 1930 tuvo una asistencia de 434.500 espectadores. Alemania 2006 registró una audiencia acumulada de 26.900 millones de personas, cuatro veces la población del planeta. Fueron 73.072 horas de TV (más de ocho años) en 376 cana­les. La final fue vista en vivo por 715 millones de personas. El último balance de esa multinacional llamada Fifa registró ga­nancias de 1.059 millones de dólares. Joseph Blatter, suizo que hace negocios en la Fifa gracias a los votos del Tercer Mun­do, se vio obligado a cumplir promesas y por eso el Mundial se juega ahora por primera vez en África. Allí, dicen los que sa­ben, está el futuro de un fútbol que tiene hoy 38 millones de jugadores y 301.000 clubes afiliados. A África antes le roba­ban diamantes. Ahora le roban futbolistas. A ochenta años de Uruguay 1930, la Copa de la Fifa es hoy un negocio multi­millonario y de tecnología sofisticada, con goles que llegarán a los teléfonos. La Fifa se jacta de sus 208 miembros, contra los 192 de la ONU. Su festival de pasiones e identidades colecti­vas mueve en el mundo 500 mil millones de dólares. Sudáfrica, un país donde el sida redujo la esperanza de vida a 48 años, se suma a la fiesta. En la Argentina, la esperanza de muchos sigue siendo Diego Maradona. Pero aunque siga pareciendo un juga­dor, Diego es DT. El sueño mundialista se llama Lionel Messi, que gana 44 millones de dólares por temporada y vive en Es­paña desde los 12 años. Es el mejor del mundo. Lidera nues­tra ilusión.




  








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