miércoles, 6 de octubre de 2010

Los tramposos

 Por Ezequiel Fernández Moores
Publicado en La Nación impresa el miércoles 06/10/2010

 Mis amigos son dos periodistas de renombre. Firmas de importantes diarios europeos y con años de oficio y coberturas, especialmente en el Tour de Francia, pero también en Mundiales de fútbol y Juegos Olímpicos. Los conozco bien. Son honestos, apasionados y aman el deporte. Sin embargo, uno apenas sonrió irónico ante la noticia del doping detectado en el español Alberto Contador, el mejor ciclista mundial de la actualidad, flamante tricampeón del Tour de Francia. El otro, en cambio, todavía está devastado. "¿Cómo se puede ser periodista deportivo sin escribir emocionados, enamorados, apasionados? -me preguntaba este último en un correo electrónico-. ¿Cómo sobrevivir sin ser cínico, sin ser estúpido, sin ser hijo de puta?" Y concluía: "¿Qué sentido tiene ser periodista deportivo?".
El colega me escribía decepcionado por los últimos casos de doping que le tocó seguir muy de cerca en el deporte europeo. "¡Cómo no sentirse estúpido teniendo que tratar con gente, escribir de gente como Riccardo Ricco, Paquillo Fernández o Sergio Sánchez!" El primero, ciclista italiano. Los dos siguientes, atletas españoles. Ricco hizo creer que era un hombre nuevo tras cumplir una suspensión de dos años por doping. Habló de su amor por Vania Rossi y su hijo Alberto. Hasta que a Vania, que también es ciclista, le detectaron el mismo doping que le habían descubierto a él: CERA, la nueva EPO. "Estoy amamantando, ¿creen acaso que una madre podría dañar a su hijo de seis meses?", se defendió Vania. Un argumento irrefutable. Hasta que Ricco desnudó la mentira. La suya y la de Vania. "Y nosotros, periodistas estúpidos que regularmente repetimos nuestros errores, nuestras rutinas -dice el colega-, terminaremos contando la historia triste, también falsa, de su nueva caída, que llegará antes o después." A Paquillo Fernández, un marchista varias veces subcampeón mundial y olímpico, la Guardia Civil le encontró EPO en la heladera. "Soy inocente", clamó primero, como todos. Hasta que, para lograr una reducción de pena, se convirtió en un arrepentido, "que en España consiste en mentir más y en confesar la mitad menos uno de los pecados cometidos". Sergio Sánchez, "que corre más de prisa que todos los negros de Kenya y Etiopía juntos, dice que merienda chocolatines de Kinder y colacao. Le creemos y lo contamos. No contamos otras cosas que pensamos que merienda. ¿Es pasión o estupidez? Pasión, pasión. Decimos: no podemos ser periodistas deportivos, o periodistas de cualquier cosa, si vamos a eso, sin creer en lo que hacemos, sin echarle pasión, emoción, corazón a lo que escribimos, a lo que miramos, sin poesía. Sí, pero qué delgada es la línea entre la pasión y la estupidez, qué fácil es sentirse estúpido. Cuánto mejor poder ser hijo de puta, o serlo".
Releo el correo de mi amigo ahora que también cayó Contador, la esperanza del ciclismo puro y limpio, como lo presentaba toda la prensa española. Y releo también el correo que me mandó mi otro colega. Es un periodista que pasó a la categoría de maldito en el Tour, incluso para muchos de sus propios colegas, desde que osó investigar si Lance Armstrong se dopaba. Me dice este periodista: desde 1903, año de la creación, hasta 1987, sólo dos españoles ganaron el Tour, Federico Bahamontes en 1959 y Luis Ocaña en 1973. En 1988 lo ganó Pedro Delgado, pese a que en plena prueba dio positivo de probenecid, un enmascarador prohibido por el Comité Olímpico Internacional (COI), pero no por el ciclismo, que lo vetó diez días después de terminado el Tour. A partir de 1991, cuando apareció el doping con EPO, por entonces indetectable en los controles, los ciclistas españoles ganaron 10 de las 19 ediciones del Tour. Miguel Indurain, por quien pocos apostaban que pudiera ser un gran escalador, lo ganó de 1991 a 95. "Señor Indurain, contésteme la verdad; si no va a contestar la verdad, no me conteste. ¿Ha usado alguna vez sustancias dopantes?", le preguntó hace años el periodista José María García en una recordada entrevista radial. "Pasemos a otra pregunta", respondió Indurain. "Si no quieres hablar -insistió el periodista-, das a entender que sí te dopabas." "Siguiente pregunta", volvió a contestar Indurain.
Contador, flamante tricampeón del Tour, amenazaba con superar a Indurain. Hasta que la semana pasada saltó su positivo de clembuterol. Su defensa de que el doping se debió a una carne contaminada se estrelló cuando el comprador precisó llamadas telefónicas y kilómetros recorridos, pero no supo decir en qué local adquirió la carne. En el programa La Noria , de Tele 5, un político algo extravagante, Miguel Angel Revilla, presidente de Cantabria, buscó salvar el honor de los ganaderos españoles, furiosos con la excusa de Contador, y sugirió que la carne contaminada podía ser argentina. El político, presumiendo de poderes paranormales, pidió a Contador que lo mirara a los ojos y le preguntó: "¿Tú te has dopado?". "No", contestó Contador. "Te creo y creo que toda España también", cerró el político, en medio de aplausos. Las defensas de los deportistas tras un positivo hablan también de agua, vitaminas y hasta dentífrico contaminados. Culpan a tratamientos capilares, alargamientos peneanos, restos de un gemelo nonato, caramelos peruanos y besos apasionados. El solomillo invocado por Contador no es ninguna novedad. El engorde vacuno suele utilizarse como recurso para comprar drogas con fines de doping deportivo. Si luego estalla un positivo, la culpa será de la vaca.
L´Equipe dijo que no se trató de carne contaminada, sino de una transfusión de sangre. "Celos", dicen en España, al recordar que ningún francés gana el Tour desde 1985. The New York Times publicó ayer una versión similar a la de L´Equipe. La Unión Ciclista Internacional (UCI) , que está en pelea política con la Agencia Mundial Antidoping (AMA), no puede explicar por qué escondió durante casi dos meses el positivo de Contador. El problema, dicen algunos especialistas, es que España se resiste a ver la cara oscura de su boom deportivo. El COI se lo advirtió el año pasado, cuando cuestionó su política antidoping y terminó dándole a Río de Janeiro y no a Madrid los Juegos Olímpicos de 2016. Más fuerte aún fue el caso de Operación Puerto. El célebre operativo antidoping de 2006 abrió investigaciones y provocó sanciones en Alemania e Italia, pero no en España, justamente el país donde fue descubierto. "Si tiro de la manta, el deporte español se cae abajo", había advertido Cristina Pérez, ex atleta y esposa de Eufemiano Fuentes, el médico "cerebro" de Operación Puerto, un escándalo que parecía afectar a deportes más poderosos que el ciclismo. Las autoridades anuncian un debate mañana en Madrid. Su título será: "¿Tenemos un problema de dopaje en España?".
El archivo de Operación Puerto salvó a decenas de deportistas españoles cuyas iniciales estaban en los apuntes de Fuentes. Uno de los sobres, del equipo Liberty, decía AC. Muchos medios aseguraron que esas iniciales correspondían a Contador. No hubo forma de comprobarlo. ¿Acaso era necesario? ¿No es el ciclismo casi un experimento médico y los ciclistas conejillos de Indias? Un artículo del diario Público responsabilizó estos días a la TV y a los intereses comerciales de la deshumanización del Tour. Para terminar con la hipocresía, agrega el informe, deberían suprimirse las etapas de más de 170 kilómetros y disminuir los puertos de montaña. La trampa, en rigor, nació mucho antes que la TV y el mundo del espectáculo. Los esforzados ciclistas dopados de hoy, masacrados en pruebas imposibles y con rutas suicidas, son hijos y nietos de esforzados ciclistas que se doparon siempre, aunque antes no le importaba a nadie. El ciclismo creció bajo esa cultura. Naturalizó el doping. El campeón de la Burdeos-París de 1886 murió intoxicado con alcohol puro y estricticinina. Quería aumentar su vigor. El esfuerzo inhumano de los primeros esclavos de la bicicleta cambió en los años 50, con mitos como Jacques Anquetil, Hugo Koblet y Fausto Coppi. Llevaban anteojos de sol en algunas etapas para disimular sus pupilas dilatadas por las anfetaminas y se inyectaban sin dejar de pedalear. Nadie los controlaba. Los recordamos como héroes románticos, genios, artistas, me dice uno de mis colegas. Pero hoy no basta con ganar. Hay que estar limpio. Por eso, me observa el otro colega, a los dopados de ahora debemos expulsarlos. Son unos tramposos. 

viernes, 1 de octubre de 2010

Fútbol argentino... no debe ser tan malo el negocio

 Por Ezequiel Fernández Moores
Publicado en rionegro.com.ar el 01/10/2010

Gimnasia es la síntesis hoy del fútbol argentino: juego pobre, DT despedido y barra brava que domina. Tal vez sea cierto que este sea uno de los peores momentos del fútbol argentino a nivel de calidad de juego. Cuesta ver equipos que haga tres pases seguidos. Por momentos, tiene razón Ángel Cappa, River es uno de los pocos que lo hace. Pero su discurso cae cuando a River le cuesta imponer una diferencia en su propio estadio contra el último de la tabla. Si vemos a Boca, que no creó una sola situación de riesgo ante Estudiantes, sentimos lo que ya confesó su propio entrenador: "vergüenza". El Bichi Borghi, al menos, parece ser el único que tiene autocrítica. 
Clarín publicó el martes una estadística de sus calificaciones: 58 de 79 partidos del actual torneo Apertura recibieron el calificativo de "malo o regular". Ya nadie se engaña: el fútbol argentino es tal vez el más parejo entre las ligas top, pero es también uno de los peores en lo que se refiere a la calidad del juego. Es parejo por lo malo, no por lo bueno. Y lo malo está siendo cada vez más malo. Los diez goles en los trece partidos de la última fecha son apenas un reflejo.
¿Tendrá que ver la calidad en baja con la violencia creciente que se ve dentro de la cancha, patadas tremendas, faltas permanentes y, muchas veces, no sólo para frenar al rival, sino por simple torpeza? Es mucho más importante meter que jugar.
También es cierto que los arbitrajes están fallando. Pero si un entrenador pide el retiro de un árbitro por una mala tarde, como ha sucedido la última fecha, corre el riesgo de que luego también el árbitro pida luego el retiro del DT ante una mala tarde de su equipo.
Por momentos, el fútbol argentino parece estar en un callejón sin salida. ¿Cómo puede explicarse, sino, que el clásico platense jugado el miércoles en Quilmes precisara de casi mil policías a plena luz del día cuando encima sólo estaba permitido el ingreso de hinchas locales? Las crónicas hablan de trompadas entre jugadores y barras después del clásico. El despido de Diego Cocca era cantado. Página 12 publicó una notable estadística de los últimos años: los entrenadores duran apenas una media de nueve fechas. ¿Sorprende que luego Independiente apruebe un presupuesto polémico, con una deuda de 144 millones de pesos, bajo la vigilancia de los barras?
Pareciera ser que el fútbol argentino cayó en estado de abandono. Que jamás podrá tener una administración algo más trasparente y que los barras tendrán impunidad eterna. Sin embargo, cada vez hay más postulantes cuando hay elecciones en un club grande, como sucede para los próximos comicios de San Lorenzo. No debe ser tan malo el negocio.